Mi madre y mi abuela paterna sembraron en mi ese amor y la fe en la existencia de Dios. Lejos de un dios sádico y masoquista, que premia y que castiga, me hablaban o mejor - las oía hablar- de y con un Dios de Amor, un Dios que está ahí presente en lo posible y aún mas en lo imposible. Quizás lo asociaba a las caricaturas de aquel tiempo, un "super amigo", un "superman", un "ser poderoso que hacía milagros", contrario de muchas experiencias religiosas más que un dios castigador y castrador, aprendí que Dios era un aliado, un Dios comprensivo y perdonador.
Que "perdonara pecados" no me hacia a mí una niña llena de maldad, crecí creyendo que como "hija de Dios y hermana de Jesús" tenía una valía muy alta, jugué, reí, disfruté, compartí sin sentirme tampoco más que mis semejantes, pues todos tenemos esa bendición. Considero tuve una bella infancia, agradezco a mis viejos y a los amigos que me rodearon; jamás fui obligada a asitir a cultos religiosos, elegí bautizarme y hacer mi primera comunión por la iglesia católica a los 11 años, creo que por aquello de la vida social, pues había elegido estudiar en un colegio de monjas, porque el uniforme me pareció bonito con chalequito y faldita de cuadros.
Mis progenitores permitían mis libres elecciones al respecto - aunque no estuvieran de acuerdo con ellas,- me acompañaban en el proceso. Las monjas algunas chistosas, otras amargadas me hacían participar de todas las actividades y rituales religiosos, me elegían para cargar sus virgencitas por ser la más alta del grupo; pero de repente, yo me enfermaba...una buena excusa para no llevarlas de paseo, ¡aunque no siempre me libré de ello!
Me sabía de memoria todo el sermón de la Eucaristía, mis amigas y yo, lo recitábamos en voz baja y reíamos de nuestras pilatunas. Salí de este colegio de monjas, no precisamente por mi excelente comportamiento, y terminé bachillerato en otro colegio muy rígido en su normatividad, y aunque cometía mis "pecadillos", jamás me sentí atormentada por un superyo religioso ni punitivo.
De alguna manera creía que Dios y yo nos encontraríamos en algún momento de la vida, como quien se encuentra con un amigo de forma espontánea y libre. Una amistad que no se obliga ni se impone y que cuando sucede discertaríamos, conciliaríamos y concluiríamos , siempre a favor, jamás en contra, del Amor hacía mi y hacia los demás; ésto incluiría amarme, amar, perdonarme, perdonar, liberarme y crecer en todas las áreas de mi vida. Y creo que así fue.
Creo que Dios no es religión, ni mucho menos rituales repetitivos, ni grupos de personas con doble o triple moral, tampoco creo en un Dios que limite y censure aspectos como la sexualidad, porque él mismo la dio para reproducción y goce, ¡no sólo lo primero! Por ello, no participo del celibato, que ahoga la pulsión sexual natural y que por ende, reprimida sin éxito termina en actos reprochables de pederastia. ¡Dejen casar a los curas si ellos lo desean!
Tampoco creo que en nombre de Dios se deban cobrar conciertos, oraciones, liberaciones y todo aquello que hoy se vende usando su nombre, incluyendo entradas VIP para cristianos. No creo que Dios nos aleja de nuestras responsabilidades, por esperar en El no podemos quedarnos inmóviles, somos más responsables no por opresión ni represión, sino por consciencia.
Creo que Dios se hizo humano para precisamente sentir y vivir como nosotros, creo que la ciencia unida al narcisismo endurecen los corazones y con todos éstos argumentos negamos su existencia, como nos negamos sentir su amor, porque no nos sentimos dignos... ¡¡pero lo somos, es un regalo de su infinito Amor!!
Amados o no amados por nuestros padres y madres, el amor de Dios está ahí. No es la sustitución del uno o del otro, ni la idealización de la figura paterna, ni la compensación mágica que damos al desafecto y el rechazo sufrido. Al principio se aprehende como se instaura un idioma, si nuestros progenitores son creyentes; pero luego con o sin ésta semilla cultural se puede vivenciar libremente. (deberíamos revisar como padres la versión de Dios que sembramos en nuestros niños, frecuentemente aterrorizamos con ello)
Así como para creyentes y no creyentes la historia se dividió en dos - antes y después de Jesucristo - su amor está allí para los primeros y los segundos. Llueve sobre los unos y los otros, sale el sol para todos... simplemente que sin santidad pero con más humanidad, acercarnos a él nos permite la completud de una sanidad mental que siempre queda corta e inconclusa aún con los más versados psicoterapeutas.
No necesitamos parecer santos en una semana santa para acercarnos a Dios, ni hacer tantos sacrificios pues creo El ya hizo uno. Tanta religiosidad nos vuelve neuróticos, y creo que el buen Jesús quería otra cosa. SU MENSAJE DE AMOR ORIGINAL enraizado con sinceridad en nuestros corazones de seguro transformaría muchas de nuestras conductas individuales y colectivas.
Ser más sensatos, que santos; más humanos que santos, es más agradable, más sano y más espiritual que cualquier otra cosa.
Probablemente no pienses como yo. Aún así, te invito a revisar tu concepto de espiritualidad y religiosidad. ¿No crees, que pueden ser dos conceptos y vivencias totalmente diferentes?
Completamente de acuerdo! conocer al señor es tambien sanidad mental!
ResponderEliminaraunque los más racionales no lo consideren.
Sentirlo es descanso, alivio, emoción, pasión, alegria, sanación y crecimiento para la consiencia , inconciencia y demásssssssssssssss.....! Gracias Dios por estar ahí para mi!
Creo que dentro de ese mensaje de amor original hace falta extender el círculo de compasión hacia TODOS los seres vivos.
ResponderEliminarTodos hablan de amor, justicia, respeto, pero nunca incluyen a los animales no humanos en ese discurso.
Por ejemplo, las personas que son religiosas dicen seguir los mandamientos de la ley de Dios, y que pasa con el 5?? es clarísimo: "No matarás" y siguen comiendo animales como si nada...
Creo que estamos en proceso de continuo aprendizaje, pero seguir pregonando sin ir acompañados del ejemplo me parece incoherente y poco sensato.